viernes, 21 de septiembre de 2007

Cada año lo mismo.

Y cada año más. La vuelta de vacaciones te escupe en la cara que tu día a día no te gusta. Y tampoco es que vuelva de un mes en las Seychelles, no vayan a creerse ustedes-vosotros.

Idas y venidas a una oficina en la que estás estabulado y viendo como te vas quemando, perdiendo el interés por aprender y en el que cualquier tarea a realizar, generalmente poco útil, es acogida con un resoplido y/o gruñido. Es ahí cuando uno se da cuenta de que es un acojonao, que prefiere no salir de su "zona de comodidad". Así lo llaman, "zona de comodidad", no porque vivas como un cura, si no porque te encuentras seguro (curras y cobras) y no sufres el vértigo de asumir nuevos retos. Pero lo de llamar comodidad al hecho de ir a currar día tras día con una motivación mínima, no deja de ser un contrasentido. Y lo malo es cuando nos pasa a los dos que traemos guita a casa.

De esta tediosa rutina laboral me salva hacer deporte, así de claro. Si no, creo que acabaría levantándome de las reuniones (y las conversaciones telefónicas) con algún comentario en el que incluiría las palabras "todos", "tomar" y "culo". Y me considero un privilegiado porque puedo hacerlo (deporte, entiéndase). Me suelta la mala baba, me hace pensar en objetivos gratos en su obtención y en su camino a ello. Sin objetivos en mente... tiro a perrete; levantarse a las 6 a correr directamente no lo hago. Pero algo hago. Este año dudo que haya grandes objetivos. Búsqueda de otras alternativas currelas, más tiempo para los enanos y, por encima de todo, mayor libertad para la que está absorbida - por no decir abducida - por la logística hogareña, van por delante.

En fín, "metafísica" de primer día del otoño tras una noche en la que entre las primeras laringitis infantiles y los truenos y relámpagos haciendo saltar las alarmas de los coches, se ha hecho larga.

1 comentario:

sermor dijo...

Buena metafísica. Me ha gustado.